muerte e inocencia

Me voy a morir le dijo a Ignacio, mientras sus lágrimas bajaban teñidas de un rojo que manaba de sus heridas. Toda su vida fue un constante desafió a la ley, llena de violencia, la misma que lo atrapo inevitablemente a la vuelta de esa esquina donde acostumbraba vender droga y robar a los inocentes.

Era viejo conocido de la policía, rata callejera que se ufanaba de haber sido arrestado unas veinte veces y nunca haber pasado mas de dos días seguidos en la Peni. Esa noche la muerte lo alcanzaba reclamandole justicia por el sufrimiento que a tantos ocasiono.

El sargento, primer oficial en la escena del crimen dejaba ver una leve sonrisa de satisfacción, caminaba de un lado a otro observando ese cuerpo disminuido por los vicios, de dientes amarillos y manos duras acostumbradas a golpear, la cara quemada por el sol y las peleas callejeras escondían la juventud de Felipe.

La ambulancia no llegaría por que el sargento había decidido llamarla una vez que la muerte reclamara al "elemento" y "presentara signos contrarios a la vida". Su declaración seria un homenaje al esfuerzo sin frutos que habría realizado por salvar al joven.

Felipe trato de escupir la sangre para limpiar su boca mas no pudo, sus pulmones habían sido perforados por las balas que salieron gritando odio de un Hyundai gris que abandono la escena velozmente, nadie vio la placa o al menos nadie quiso ser parte de una posible venganza que se cobraría como se cobran en las calles de San José.

El rostro lleno espanto y los hilos rojos como venas se extendieron a través de su cuerpo. Ignacio, impotente y de rodillas, sabía que él sería el próximo, que era un asunto de familia y que esa noche había contado con la suerte de que todos los tiros acabaran sobre su hermano en ese callejón.

Felipe, tendido como un muñeco de trapo, pensó en su primer día de escuela, en los sacrificios que había incurrido su madre para darle una educación y que soñaba ver al hijo convertido en ingeniero, construyendo parques para que los niños del barrio se alejaran de las pandilla. Recordó los días en los que su alma estaba intacta de tanto vicio y odio, la época de la inocencia, esa que había conseguido asesinar muchos años antes y en que por fin la bestia que él mismo había alimentado lo encontró de frente en esa sucia esquina y lo devoro.

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