Llegaste temprano, traías en tus manos un puñito de semillas, me las mostraste y dijiste que aunque pocas y pequeñas, eran vigorosas.
Aparecieron una noche cualquiera que soñaste con nosotros debajo de la almohada. Decidiste guardarlas en tu cabello.
Tu plan era plantarlas, hacer un hermoso jardín al frente de casa lleno de colores y aromas. Pero yo solo cargaba piedras grises en mis bolsillos. Eso no te desanimo, dijiste que eran sonrisas, plantadas durarían para siempre.
Verte hundir los dedos en la tierra dibujaba una sonrisa en mi rostro gris. Sin decírtelo deseaba que terminaras tarde y cansada, que no tuvieras fuerzas de irte a tu casa - que ese taxi nunca llegara y prepararte un campito encima mío y durmieras con el cabello suelto entre mis dedos.
Pero se hacían pesados mis movimientos por el peso que cargaba; el abono estaba enfermo. Una mezcla de impaciencia e indecisión hizo que se nos pasara la temporada. Llegaron los aguaceros - la tierra se volvió barro y ahogo los cultivos. No hubo más semillas de sonrisa que plantar, quedo el silencio, la distancia y la ausencia de alguna excusa para vernos.
Con un bochorno insoportable en el aire y el sol ardiendo en la cara mis bolsillos se llenaron de agujeros mientras vos pasabas de largo, con las manos juntas pegadas a tu pecho, presionándolo, feliz de llevar un tesoro entre ellas.
foto:www.istockphoto.com
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